Acueducto del Padre Tembleque, patrimonio sin recursos

Raúl Delgado Lamas compara su manera de enfrentar la falta de recursos con el carácter del religioso que en el siglo XVI impulsó la construcción de la mayor obra de ingeniería hidráulica de toda la Nueva España. “Sí tenemos una necesidad, no tengo recursos, pero tengo una voluntad, y así lo hizo Francisco de Tembleque”, dice el director de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del Conaculta cuando se habla de los retos que enfrenta la obra monumental declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el 5 de julio pasado.

El reconocimiento mundial al Sistema hidráulico del Acueducto del Padre Tembleque fue ampliamente celebrado. Las autoridades mexicanas -de todos los niveles- hicieron eco inmediatamente de la declaratoria, pero el monumento de más de 48.6 kilómetros de longitud enfrenta una serie de desafíos que exigen mucho más que voluntad.

La falta de infraestructura para el creciente turismo que atrae el monumento, escasez de recursos para concluir su restauración y darle mantenimiento, el saqueo de su corriente pluvial e, incluso, la ausencia del registro de propiedad de más del 85 por ciento de su trayecto, son sólo algunas dificultades.

Mateo Linaza Ayerbe, miembro del Patronato Acueducto Tembleque S. A. de C. V. (fundado en 1996 por el presbítero Ángel Cerda Córcoles), calcula que se requieren al menos 120 millones de pesos para satisfacer al ciento por ciento las necesidades de la obra. También, estima, será necesario destinar unos 3.5 millones de pesos anuales para dar mantenimiento a la construcción novohispana, con cuadrillas equipadas y a bordo de camionetas que deberán recorrerlo todo.

De esa suma, dice, “no contamos aún con nada”. La última vez que el Patronato recibió recursos fue en 2012, cuando la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados asignó diez millones de pesos para trabajos de restauración, que fueron ejecutados el año pasado. Antes, recibieron apoyo de la misma instancia en 2009, por tres millones de pesos, y en 2010 y 2011 por seis millones de pesos cada año. Con esos recursos han logrado restaurar 25.6 kilómetros, que corresponden al 53 por ciento de la obra, pero aún falta por rehabilitar otros 23 kilómetros.

¿A qué le compromete al gobierno mexicano la declaratoria de la UNESCO?, se le pregunta a Delgado Lamas: “El gobierno mexicano gana responsabilidades de buscar un cuidado, de proveerle algún recurso al acueducto, pero no tengo recursos. Aquí hay cinco ayuntamientos, son la máxima autoridad de esos territorios, ellos son los que en primera instancia deben vigilar su integridad. Yo no puedo estar… mi oficio es meterme en la cuestión técnica de la coordinación y de la restauración física; la conservación social le corresponde a otra autoridad, la vigilancia también”, justifica.

Retos mayores

Entre la majestuosidad de los arcos monumentales que ocupan la Barranca de Tepeyahualco, ubicada en los límites de los estados de México e Hidalgo, salta a la vista también la necesidad de infraestructura.

En cuanto se dio a conocer el reconocimiento de la UNESCO, el área más llamativa de la obra hidráulica es visitada de manera cada vez más asidua, a pesar de las carencias. Los automóviles se bambolean y saltan cuando avanzan por el camino de terracería sin forma, que ingresa del pueblo de Santiago Tepeyahualco a la arcada de un kilómetro de largo.

No hay manera de distinguir el lugar donde deben estacionarse los visitantes e inmediatamente se observan grafitis en las columnas del monumento; los fines de semana, algunos pobladores improvisan el servicio de sanitarios con letrinas móviles y ofrecen refrescos y antojitos en puestos semifijos, pero no existe siquiera un lugar para depositar basura. El resto de los días, la zona luce prácticamente desamparada, un par de patrullas del municipio de Nopaltepec tratan de vigilar toda el área (en 2014 fueron encontrados tres cuerpos sin vida en la barranca) y no existe restricción incluso para escalar la construcción.

Las estimaciones presupuestales del Patronato incluyen la atención de algunos problemas en esa zona. Con el dinero, dice Linaza Ayerbe, se podrían, por ejemplo, construir dos puentes (a 150 metros de cada lado del acueducto) para cruzar la barranca y evitar que los vehículos sigan pasando por debajo de los arcos. Su marcha ininterrumpida sigue provocando que la cimbra de adobe, último vestigio que se conserva del método constructivo utilizado en el siglo XVI, se desgaste hasta perderse por completo en algunas áreas.

Si la parte monumental tiene problemas, el resto de la obra pasa prácticamente desapercibida. Francisco Tembleque, junto con Juan Correa de Agüero –a quien se designó desde España para resolver los desafíos de ingeniería-, y la ayuda de miles de pobladores indígenas, concibieron la obra como una enorme espiral que serpentea a lo largo de cinco municipios: Zempoala y Tepeapulco, en Hidalgo, y Axapusco, Nopaltepec y Otumba, en el Estado de México. Desde los manantiales despuntan dos ramales, uno que va a Zempoala y el más largo que llega a Otumba.

La enorme distancia que separaba el vital líquido de la localidad mexiquense implicó la construcción de una obra extraordinaria: más de 42 kilómetros (sin contar el ramal hacia Zempoala) con una pendiente de apenas 175 metros, lo que significó que la inclinación promedio de toda la obra es apenas de .004 por ciento. Para lograr ese prodigio, el acueducto debió sortear veredas, montículos y barrancas y serpentear en forma de curvas para mantener la pendiente o bien para contener la fuerza que la corriente líquida iba acumulando.

La geografía obligó a mantener el trayecto en algunas zonas, construyendo puentes con arcadas: en total se levantaron seis –de mayor o menor medida-, pero la mayor parte del canal se cimentó a ras de suelo o bien bajo tierra para lograr continuidad en la pendiente.

En 1997, el Patronato recibió su primer apoyo económico de 300 mil pesos por parte del estado de Hidalgo para restaurar la obra que, para ese entonces, ya estaba en desuso. El padre Ángel Cerda había demostrado que el 95 por ciento del conducto pluvial es subterráneo y que aún se conservaba.

Con los trabajos de restauración en marcha, los guardianes de la obra comenzaron a soñar en la posibilidad de volver a darle uso, tal y como funcionó después de su construcción, entre 1555 y 1572. De acuerdo con algunas fuentes, citadas por Octaviano Valdés en su libro El padre Tembleque (Jus, 2005), el ramal a Otumba debió ser útil hasta 1758, mientras que el que va a Zempoala sirvió hasta los últimos años del siglo XX y hoy, con los trabajos de restauración, ha vuelto a correr el agua.

Las labores de rehabilitación han permitido que el ramal más largo también funcione. Actualmente, el agua puede ser conducida 18 kilómetros de distancia desde Zempoala, pero la corriente ha sido detenida porque, en el punto conocido como tramo de Acelotla, la carretera federal México-Tuxpan destruyó el conducto. Linaza Ayerbe explica que la Secretaría de Comunicaciones y Transporte (SCT) se ha comprometido a construir un puente que libre la trayectoria del acueducto, para poder reconstruir el tramo perdido. Hasta el momento, los trabajos no han iniciado.

Un problema aún mayor enfrenta la parte subterránea. En diferentes puntos, principalmente aledaños a los manantiales que se nutren de escurrimientos del cerro El Tecajete, el apantle es destruido para ordeñar el vital líquido. Los miembros del Patronato han señalado a los dueños de algunos invernaderos y de parcelas particulares como los responsables, pero Conaculta, a través de su Dirección General Jurídica, ha respondido que “no cuenta con las facultades de suspender y sancionar, ni mucho menos investigar los hechos ilícitos”.

Raúl Delgado reconoce el problema, pero también se lava las manos. “La gente coloca bombas de gasolina en el apantle para sacar el agua, pero cuando vas ya no hay nada, son pequeñas partes y no tenemos identificado quiénes lo están haciendo; pero en cuanto la autoridad sorprenda a la gente simplemente debe aplicar la ley”. Los patronos esperan que la dependencia impulse las denuncias correspondientes ante la autoridad, pero todo indica que no existe ánimo de hacerlo. ¿Están enfrentados con el Patronato?, se le cuestiona al funcionario. “Eso tendrá que disolverse si es que tenemos alguna discrepancia”, responde.

ACUEDUCTO, UNA OBRA POLÉMICA

Los problemas en el Acueducto del Padre Tembleque, considerado Patrimonio de la Humanidad, comienzan con las diferencias entre el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Patronato del monumento.

En 2011, el Fondo de Embajadores para la Preservación Cultural (AFCP, por sus siglas en inglés) aportó un millón de dólares para llevar a cabo trabajos de rehabilitación en la obra hidráulica. Los patronos consideran que las obras concluidas en 2014 fueron mal ejecutadas por la dependencia federal.

La acusación ha generado dos denuncias, una presentada en marzo y otra en julio pasado. La primera ante Alejandro Franco Vera, titular del Órgano Interno de Control de Conaculta, y la segunda ante el exembajador de Estados Unidos en México, Antony Wayne.

El patronato acusa que la dependencia federal ejecutó de manera incorrecta la técnica para restaurar tres columnas y dos arcadas del área monumental del acueducto, provocando que el material se deslavará con las primeras lluvias y que llevó a cabo estudios que no eran necesarios, pero que sí consumieron recursos.

Raúl Delgado, director de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del Conaculta, defiende que la restauración, adjudicada a Grupo Farla, S. A. de C. V., se hizo de la mejor manera y que el escurrimiento corresponde al material excedente que se inyectó a la estructura interna de las arcadas para devolverles estabilidad. Dice además que los estudios eran necesarios: “lo que tenemos que ver es conjurar cualquier riesgo: si ha durado así, para que nos arriesgamos a cualquier colapso”, afirma.

Conaculta, además, jamás quitó los cubos de concreto que utilizó para sostener los andamios que se requirieron en la restauración. ¿Cómo es posible que un monumento Patrimonio de la Humanidad conserve esos elementos?, se le cuestiona al funcionario. “Los hemos dejado porque en otro momento tenemos que seguir trabajando en la restauración de los arcos. Hay que seguir limpiando al acueducto, protegiendo sus glifos y trabajando en los refuerzos estructurales; nos sirven de referencia, siempre nos van a ser útiles”, responde. ¿Y cuándo continuarán los trabajos?, se insiste. Delgado no tienen respuesta, ni recursos.

El Acueducto tampoco tiene certeza jurídica absoluta. De acuerdo con Delgado Lamas, fue hasta 2014 cuando la dependencia a su cargo llevó a cabo los trámites para inscribir nueve kilómetros del  monumento en el Registro Público de la Propiedad a nombre de la nación mexicana. Hasta antes, la obra nunca tuvo dueño y ninguna autoridad se preocupó incluso por declararlo Monumento Histórico, sólo Maximiliano de Habsburgo ordenó su reconstrucción en 1856, luego de conocerlo.

Inscribir la propiedad de los 39 kilómetros restantes del acueducto, dice el funcionario, será una tarea más difícil, debido a que es subterráneo y en muchos casos atraviesa propiedades privadas. En total, el acueducto pasa por 12 ejidos que habitan 345 vecinos propietarios, con certificados parcelarios y de pequeña propiedad. Linaza Ayerbe asegura que los 125 millones de pesos que se necesitan, contemplan la compra de algunas parcelas.

Con una inversión inicial de entre 17 y 20 millones de pesos, se adquirirán los territorios de mayor urgencia e importancia: una reserva de unas 30 hectáreas en la zona de manantiales, áreas de entre 500 y mil metros que ocupan unas diez parcelas en la zona más urbana de Otumba y de 12 a 15 parcelas semiurbanas en la zona de San Miguel Ometuxco.

“Al final, todo eso lo disfrutará la ciudadanía y el turismo. Los predios se quedaran como zonas de protección, donde podría caminar la gente, correr, ir en bicicleta, a caballo. Quien lo usufrutuará también son las comunidades: pueden poner negocios a la distancia, cafeterías, restaurantes, módulos de información, hoteles rurales, estacionamientos”, estima.